Así se preparó Jorge, la tortuga marina, para el improbable viaje, décadas después de que lo encontraran enredado en una red de pesca en la costa de Argentina.
Las olas estaban fuertes la mañana del 11 de abril, pero Jorge no dudó. Con brazadas firmes, la tortuga marina de 100 kilos se zambulló en el océano Atlántico, su primer nado en aguas abiertas en 40 años.
Tras pasar más de la mitad de su vida en un acuario poco profundo en Mendoza, Argentina, a cientos de kilómetros del océano, Jorge está logrando lo que antes parecía imposible: ha redescubierto sus instintos naturales mientras se dirige a las cálidas aguas de Praia do Forte, en el norte de Brasil, el lugar que una vez llamó su hogar.
Mariela Dassis, investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata y responsable de su monitoreo satelital, observa desde lejos el extraordinario viaje de Jorge. Dassis supervisa la fase final de un meticuloso proyecto de reeducación y liberación de tres años, desarrollado por varias instituciones argentinas para preparar a Jorge, rescatado de joven en 1984, para su regreso a la naturaleza. Jorge ostenta el récord de la tortuga marina que más tiempo ha pasado en cautiverio en el mundo.
La primera noche, Dassis apenas durmió, esperando ansiosamente la señal de Jorge. Ahora, tras más de 70 días de viaje oceánico, se siente más tranquila porque Jorge ya ha recorrido más de 2700 kilómetros y le quedan menos de 1220 kilómetros para llegar a su destino, demostrando ser un auténtico maestro de la resiliencia.
Reaprendiendo la vida en el océano
A sus 60 años, Jorge, una tortuga boba (Caretta caretta), pesa aproximadamente 100 kilos. Ha pasado más de la mitad de su vida en una piscina de 20.000 litros y apenas 45 cm de profundidad, alimentándose de huevos duros y carne de res en agua salada para simular el océano que perdió al ser capturado accidentalmente en 1984. Ese año, un grupo de pescadores lo encontró enredado en redes de pesca, herido y aturdido por el frío en Bahía Blanca, ciudad portuaria de la provincia de Buenos Aires, escala frecuente para su especie en la ruta migratoria.
En aquel entonces, la rehabilitación y reintroducción de tortugas marinas no era una práctica común, así que Jorge fue colocado en una caja de madera y trasladado en avión a los Andes. En Mendoza, se convirtió en una celebridad: las familias lo visitaron en el acuario durante décadas, e incluso los alcaldes delegaron la responsabilidad de cuidarlo en sus sucesores al comenzar sus mandatos. La presión para devolverlo al mar fue tan intensa que más de 60.000 personas firmaron una petición para su liberación, y un grupo de abogados ambientalistas finalmente presentó una demanda en 2021.
La Municipalidad de Mendoza asumió el reto de preparar a Jorge para su regreso al océano, reclutando investigadores del Acuario de Mar del Plata, el Museo Argentino de Ciencias Naturales y el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Juntos, se fijaron un objetivo: que Jorge volviera a nadar libremente. Pero ¿lograría sobrevivir al intento?
Ayudando a Jorge a recuperar sus instintos naturales
Durante esas décadas en cautiverio, los instintos naturales de supervivencia de Jorge se desvanecieron, dejándolo sin la costumbre de cazar presas vivas ni de reaccionar a las corrientes oceánicas, una peligrosa desventaja para cualquier tortuga marina salvaje.
“En tres años, logramos que recuperara el instinto que casi había perdido”, explica el biólogo marino Alejandro Saubidet, quien dirigió la reeducación de Jorge, una rehabilitación que suele durar un año y está diseñada para tortugas que llegan a la costa con alguna lesión o tras ingerir plástico. “Teníamos que ver si era viable devolverlo a su hábitat natural”.
El primer paso fue readaptarlo al agua salada. A lo largo de varios meses, la salinidad de la piscina donde vivía se incrementó gradualmente hasta alcanzar el 3,3 %, equivalente a la salinidad que las tortugas bobas pueden tolerar en su hábitat natural. Se realizaron análisis de sangre para determinar la capacidad de Jorge para excretar la sal; también se le tomaron radiografías para evaluar la salud de sus articulaciones.
Una vez que Jorge superó estas pruebas, abordó su segundo avión y voló a Mar del Plata, donde lo esperaba una piscina más cómoda, llena de agua de mar y a una temperatura controlada de entre 20 °C y 24 °C. Este rango de temperatura se eligió para que se asemejara a las condiciones que encontraría en el océano Atlántico durante sus primeros meses en el mar.
La piscina tenía una capacidad de 150.000 litros de agua y 3 metros de profundidad. La cantidad de agua se incrementó gradualmente para asegurar que Jorge pudiera alcanzar la superficie para respirar.
A lo largo del proceso, la dieta de Jorge también cambió: los huevos duros y la carne de res se sustituyeron por alimento vivo, como cangrejos y caracoles, que la tortuga tenía que cazar. Según Saubidet, esto no fue fácil.
“Poco a poco, le enseñamos a perseguir a sus presas”, comenta. Posteriormente, se añadieron otros animales a la poza para competir con él por el alimento. “La primera vez que lanzamos una raya, Jorge pensó que era comida y fue tras ella, pero al verla moverse, se asustó”, señala Saubidet.
FUENTE : NATIONAL GEOGRAPHIC
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