La segmentación de la identidad bonaerense

Críticas a las decisiones políticas y electoralistas. La implementación y aplicación de las legislaciones electorales en la provincia de Buenos Ayres, desde 1865 hasta 1946, que la dividieron en secciones electorales, han fragmentado su identidad, fomentando múltiples segmentaciones identitarias y dificultando la cohesión de una identidad bonaerense. Estas divisiones político-administrativas, diseñadas originalmente para mejorar la representación política, han tenido el efecto no deseado de promover la afinidad local en detrimento de la unidad provincial. Las distancias, las disparidades geográficas y socioeconómicas, junto con la desatención y desamparo del gobierno centralizado en La Plata, han exacerbado este escenario, favoreciendo un localismo que prevalece sobre una identificación con lo propiamente bonaerense.

Por Luis Gotte

Una provincia se define por el conjunto de características, valores y tradiciones compartidas por sus habitantes, el paisaje y el clima que la diferencian de otras comunidades. Su identidad se constituye a través de la historia, la geografía, la economía y la cultura, y se manifiesta en elementos tangibles e intangibles como el lenguaje, los usos y costumbres, la vestimenta, el canto y sus bailes, los modismos, la arquitectura, la gastronomía. las instituciones.

Estas secciones electorales, que hoy son ocho, si bien fueron concebidas inicialmente para mejorar la representación política, han terminado por obstaculizar la formación de una identidad bonaerense propia. Estas segmentaciones fomentaron la identificación de sus habitantes con sus respectivas áreas regionales, en detrimento de un sentido de pertenencia bonaerense. La representación política, nuestros legisladores, terminan generando un entorno en que el discurso político se centra en su propia área electoral, alimentando la competencia entre éstas por recursos y atención del poder político.

La diversidad geográfica y socioeconómica de la provincia, reflejada en estas secciones, consolidó aún más un regionalismo sui generis que no logró romper con el centralismo platense. Este escenario ha contribuido a una percepción de marginación en muchos municipios, fomentando un sentido localista como mecanismo de resistencia y autoafirmación. La estructura electoral y administrativa refuerza, de alguna manera, estas identidades locales, teniendo un impacto directo en la diversidad cultural y social de la provincia. Las campañas electorales y los discursos políticos se centraron en estas cuestiones particulares, segmentando aún más la identidad provincial. La infraestructura y los servicios públicos se desarrollaron de manera desigual entre las distintas secciones, perpetuando las diferencias en el acceso a recursos y oportunidades. A ello debe sumarse la sobrerrepresentación electoral que tiene, por ejemplo, la Sección Séptima, con respecto a la subrepresentación de la Sección Quinta.

En este contexto, las políticas electorales han servido no solo para estructurar la representación legislativa, sino también para consolidar y perpetuar diferencias identitarias dentro de la provincia. Esta realidad presenta retos significativos, ya que la falta de una identidad colectiva afecta la capacidad de los bonaerenses para influir efectivamente en la política nacional y para abordar de manera unificada los desafíos socioeconómicos y culturales. Por ejemplo, que se nos respete la cantidad de Diputados nacionales que debiera tener hoy la provincia, como tampoco, la coparticipación tributaria.

La ciudad de La Plata, como hegemonía del poder provincial, al subordinarse y ser absorbida por los intereses políticos de la Capital Federal, ha frustrado una identidad más uniforme al desviar la atención y lealtades de los bonaerenses, particularmente del Conurbano, hacia la metrópolis capitalina. Asimismo, la falta de reconocimiento de figuras federales como Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas ha generado divisiones y controversias en torno a una conformación colectiva. Por otro lado, los movimientos políticos impulsados por el radicalismo y el peronismo, con sus propias agendas y bases de apoyo, han contribuido no solo a una diversidad ideológica sino también a la dilación del surgimiento identitario. A esto debe sumarse que la mayoría de nuestros gobernadores y sus Ministros de gobierno no son bonaerenses.

Buenos Ayres no es una entidad monolítica, sino un mosaico de experiencias políticas y sociales que no han logrado entrelazarse de manera homogénea. La constante reconfiguración de estas divisiones y las tensiones entre diferentes regiones e intereses políticos han impedido la formación de la propia identidad bonaerense.

Para superar estos desafíos, es crucial promover iniciativas que fortalezcan la unidad identitaria, como la tienen Salta, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, valorando al mismo tiempo la diversidad interna de la provincia. Esto podría incluir reformas en la estructura electoral, políticas de desarrollo regional equilibrado y programas culturales que celebren tanto las particularidades locales como el patrimonio común. Solo mediante un esfuerzo concertado para reconocer y reconciliar estas múltiples identidades se podrá constituir una provincia más cohesionada y organizada.

Por lo tanto, la identidad bonaerense debe ser entendida y abordada en su complejidad y diversidad, reconociendo que su segmentación es el resultado de decisiones políticas que han moldeado su evolución. La superación de estas divisiones requerirá un enfoque integral e inclusivo que permita construir una identidad más fuerte y unificada para todos los bonaerenses.